Instituto de Bioética

Jérôme Lejeune


La Familia pertenece a ese ámbito de lo cotidiano, de aquello que no
sentimos la necesidad de definir porque lo vivimos como algo que está, pero
sin el cual es difícil de explicar las cosas más simples e importantes en la
vida del hombre. Pertenece a ese "humus" creativo en el cual nace la vida y
recibe su primer cuidado; es el espacio donde se aprenden, sin grandes
discursos, las ideas básicas de paternidad, maternidad, filiación y
fraternidad que dan sentido a nuestra vida, fundamentan nuestras relaciones
y orientan la vocación del ser hombre y ser mujer.

La familia es la primera trasmisora de valores y cultura. Por ello al hablar
de ella no estamos ante una cuestión privada, sino que pertenece a la
categoría de un bien público. Si es propio de la justicia dar a cada uno lo
que le corresponde, la familia, en cuánto realidad social y sujeto de
derechos, merece y necesita del apoyo social y político. Debemos hablar de
los derechos de la familia. Proclamar y defender la verdad y la belleza de
la familia considero que es el primer servicio que le debemos a la dignidad
del hombre y al bien de la sociedad. Es más, creo que desde la familia se
ilumina el significado y la importancia del mismo matrimonio.

El matrimonio como comunión de vida entre el hombre y la mujer, que en su
diversidad y fecundidad se complementan en la transmisión y cuidado de la
vida, es un bien que hace tanto al desarrollo de las personas, como a la
cultura y al futuro de la sociedad. Por ello, también el matrimonio es un
bien público que la sociedad debe valorar y tutelar. No se trata de algo
solo privado o de opción religiosa, sino de una realidad que incide en la
vida y desarrollo de la misma sociedad. El matrimonio tiene su raíz en la
naturaleza del hombre, que es varón y mujer. Esta realidad, que en su
diversidad y complementariedad hace a la vida y al desarrollo tanto personal
como social, se convierte en el fundamento de una sana y necesaria educación
sexual. No sería posible educar la sexualidad sin una idea u horizonte de su
significado.

Estos aspectos de la vida del hombre que se refieren al nacimiento y
desarrollo de la vida, fruto de esa unión heterosexual, deben ser tenidos en
cuenta como fuente legislativa a la hora de definir la esencia y finalidad
del matrimonio. Esto no debe ser considerado como un límite que descalifica,
sino como la exigencia de una verdad que por su misma índole y significado
social, debe ser garantizada jurídicamente. Estamos ante una realidad que
antecede a la legislación positiva y, por lo mismo, es para ella fuente
normativa en lo sustancial.

Utilizar el término de "discriminación" cuando se pretende igualar el
matrimonio heterosexual a una unión homosexual, es incorrecto, porque no se
parte de las notas que lo definen, y que hacen a la esencia y finalidad del
matrimonio. Cuando se exigen determinadas aptitudes o condiciones, en este
caso la complementariedad sexual en orden a la procreación, no se puede
hablar de discriminación. Afirmar la heterosexualidad como requisito para el
matrimonio no es, en una sana lógica de pensamiento, discriminar, sino
partir de una exigencia objetiva que tiene como presupuesto esta
característica. Lo contrario sería desconocer su identidad, es decir, no
partir desde lo que es. Hay un falso sentido de igualdad que no pertenece al
orden de la justicia, porque violenta lo propio de cada realidad.

Es propio de la justicia distinguir. Al negarse la posibilidad del
matrimonio entre homosexuales no hay discriminación, toda vez que: "es
posible realizar distinciones de trato entre personas sobre la base de
ciertas cualidades personales o naturales, siempre y cuando estas
distinciones resulten compatibles con la finalidad o finalidades intrínsecas
del instituto, función o realidad práctica de que se trata en cada caso, ya
que en estas situaciones las cualidades personales influyen decisivamente en
la conducta de los sujetos y en la consiguiente posibilidad de alcanzar
aquellas finalidades" (Massini; citado por la Dra. María Josefa. Méndez
Costa). Esto no debe entenderse como un agravio o la negación de un derecho,
sino de la necesidad jurídica de afirmar y tutelar un instituto que tiene
sus notas y características propias.

Juan Pablo II al hablar de la Familia decía que es "un bien de la
humanidad", al que hay que proclamar en toda su verdad e identidad propia.
En esta afirmación sobre la familia está implícito el significado del
matrimonio. Es de desear que estos temas encuentren serenidad de reflexión y
sabiduría política en quienes tienen la responsabilidad de legislar sobre
una realidad que hace al bien común y compromete el futuro de la sociedad.
Por otra parte, no considero un argumento menor a tener en cuenta la cultura
del pueblo como patrimonio de la comunidad, esto lo vemos cuando la gente se
refiere al matrimonio lo hace como la unión de un hombre y una mujer, que
luego serán padre y madre. En esta simple expresión hay una verdad profunda
que el legislador debe saber escuchar y comprender en todo su alcance
antropológico y social.

Deseando que el aporte de estas consideraciones nos sirva para reflexionar
sobre la Familia y el Matrimonio, como dos realidades que se corresponden y
hacen a la vida, la cultura y el desarrollo social de un pueblo, les hago
llegar junto a mis oraciones, mi bendición de Padre y Obispo.

Mons. José María Arancedo
Arzobispo de Santa Fe de la Vera Cru
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